El mayor daño que sufrimos por no poder resolver los traumas de la infancia, es el daño emocional. Este, queda grabado en el interior como una herida sin poder cicatrizar.
La reaparición y activación continua de los conflictos en la vida presente reabren una y otra vez esta herida, estos traumas, despertando dolor, ira, miedo, tristeza… mal estar y síntomas.
Las emociones nacen en nuestro interior y se mueven hacia fuera, implicando a todo el cuerpo.
El enfado surge de dentro y va hacia arriba tensando los puños, brazos, cuello, mandíbula, ojos y vientre, mientras la respiración se acelera, al igual que el corazón. Las piernas se tensan. Todo, está preparado para pasar a la acción, para responder a una agresión o parar al agresor, para defendernos de una amenaza.
La tristeza surge de lo hondo de nuestro pecho o vientre y se dirige como una ola hacia la garganta, boca, ojos. Y viene el llanto que va dando salida al dolor y según sale y se desahoga. Va dándonos información.
Nos permite darnos cuenta de qué es y lo qué está doliendo, si el dolor es de ahora o es viejo, de la intensidad del dolor. Y pueden aparecer imágenes o recuerdos de las situaciones que lo produjeron. La finalidad de la tristeza es desahogar el dolor y, sobre todo que la conciencia pueda tener toda la información posible de lo que daña y hiere, con el fin de conectar con ello y, una vez más, buscar el cauce de liberarlo.
Las emociones transmiten necesidades. La necesidad de recibir afecto, la necesidad de alejarnos de lo que tememos si no nos sentimos preparados para afrontarlo, la necesidad de dar pasos para resolver aquello que nos enfada, nos frustra… todo aquello que nos incomoda, la necesidad de compartir la alegría y el disfrute.
El conflicto que surgió con nuestras emociones o nuestras necesidades, nos obligó a buscar la manera de frenarlas, quedándose encapsuladas en nuestro cuerpo. Y esto sucede frenando el flujo energético en las zonas de nuestro cuerpo que va atravesando la ola emocional desde su inicio en lo profundo, bloqueándola en su origen (vientre o pecho) o en sus salidas, hasta su expresión en la superficie.
Por la garganta, cerrándola o apretando la boca y mandíbula, para que no salga la voz, el grito… Tensando los hombros y brazos para no empujar o abrazar. O tensando las piernas para que no salga nuestro enfado, nuestro miedo…
¡Todo nuestro sistema tiende a la sanación, al equilibrio y a la salud! Por lo tanto, la emoción que se retuvo y no fue atendida, más pronto o más tarde sale a la superficie, al cuerpo somático, en forma de síntoma o enfermedad.
El síntoma te está hablando. El síntoma te invita a ir hacia dentro y descubrir tu verdad. El síntoma te da la oportunidad de reparar lo que fue dañado en ti. El síntoma te avisa de que es hora de cambiar, de dar un paso. El síntoma te despierta.
Puedes escucharlo y atenderlo a tiempo o negarlo. Puedes hacerte cargo de lo que sucede en ti o anestesiarlo…Tú decides, más recuerda que seguirá ahí, susurrándote, hablándote y gritándote, hasta que lo escuches.
Maria