Cuando te sientes herida, duele.
Cuando te caes, duele.
Cuando algo te golpea, duele.
Cuando te separas, duele…
Negar el dolor es negar parte de la vida.
Tenemos la creencia de que expresar el dolor emocional es de personas débiles y se nos enseña a disimular lo que nos hace daño.
Creamos mecanismos para no atender nuestras heridas emocionales; nos congelarnos, nos anestesiamos, nos dormimos, nos endurecemos…huimos del Dolor y huimos de nosotr@s mism@s por no sentir la fragilidad y la vulnerabilidad que conlleva.
Hay experiencias dolorosas que provocan heridas, de esas que no se ven a simple vista, más te pueden arrastran a lugares de profunda tristeza, angustia, depresión… Y a menudo, detrás del enfado y la rabia, la ira y el resentimiento, se esconde el dolor.
Creemos que, si sucumbimos al dolor, él nos dominará, creemos que no lo podremos soportar, que nos llevará a la deriva…Y si alguna vez te has permitido sentirlo, liberarlo, llorarlo, gritarlo, desgarrarte…habrás podido comprobar que tiene un tiempo de duración y que al soltarlo y dejar que se vaya, algo en ti ha cambiado, has experimentado una conexión profunda con una parte de ti que te ha otorgado una nueva fuerza.

Atender lo que te duele, cuidar y tratar las heridas supone escucha y amor propio. Dar espacio para sentir y expresar el dolor es un acto de valientes. Al abrirte al dolor, te ablandas, te abres a la ternura y a la compasión. El dolor bien atendido te hace apreciar lo verdaderamente importante, abriendo tu corazón. Es el bálsamo y la pócima para que la herida cicatrice de dentro a fuera. Integrando la herida, su cicatriz se convertirá en la sabiduría de la experiencia.
Cuando alargas el dolor, te regodeas en él, lo alimentas, accionando a la víctima y al drama…estas en el sufrimiento, su energía es completamente distinta, este es un bucle gris por donde tratas de ganar atención, de no coger tu responsabilidad. Y se alarga en el tiempo ya que se alimenta de pensamientos de desvalorización y autodestructivos, estos van haciendo mella en el cuerpo emocional y energético, restando vitalidad y alegría.
A nivel corporal, no soportamos el Dolor, nos incomoda, rápidamente nos tomamos la pastilla de turno. No lo escuchamos y no permitimos que nos enseñe que está sucediendo en nuestro cuerpo, de que nos está advirtiendo, el dolor físico es una señal de una desarmonía, es el síntoma de algo que está ocurriendo en nosotr@s.
Algunos estudios nos hablan de que hay una relación en áreas de nuestro sistema nervioso que comunican y procesan el dolor y el placer. Existe una relación entre ellos muy arraigada en nuestra biología. Todo dolor hace que el sistema nervioso central, el hipotálamo, libere endorfinas, unas proteínas cuya función es bloquear esa sensación.
Y al hacerlo, también producen euforia, de la misma manera que los opiáceos, nos proporcionan sensaciones placenteras. De ahí, que en algunas prácticas sexuales el dolor puede potenciar el placer.
En la Asesoría Femenina, compruebo que cuando aparece la herida emocional, aquello que dolió, y le damos espacio. Atendiendo a la sensación, al lugar corporal donde se instaló el impacto o trauma. Y permitiendo expresar y liberar, a través del cuerpo, de la voz y del llanto… todo el sistema se relaja, fluyendo de nuevo la energía de vida, a su vez el psiquismo se actualiza, iluminando la mente y expandiendo la conciencia del Ser.
Para sanar tus heridas ábrete a sentir el dolor.
Para soltar lo que te dolió transciéndelo a través de su enseñanza.
Que toda experiencia en tu vida sea un tesoro para tu crecimiento y evolución.
María